Imagínense un mundo apocalíptico en el que desapareciesen todas las obras maestras de la Historia del Cine y estas fuesen substituidas por esos absurdos y narcóticos telefilmes que las cadenas generalistas programan en las deprimentes sobremesas de los domingos. Supongo que habría un cierto estallido social reclamando cada uno «lo suyo», sus películas favoritas, los estilos con los que más disfruta, se conmueve, se ríe o sencillamente se evade. Porque el Séptimo Arte no es sólo una peli de cine de barrio, una de Disney o un telefilme alemán. Afortunadamente hay sombrío género negro, espectacular cine de ciencia-ficción, comedia clásica de Hollywood, trepidantes cintas de acción con su buena somanta de explosiones, patadas y puñetazos, clásicos del western, sobrios y elegantes dramas europeos, cine tradicional japonés o manga vanguardista, vitales y coloridos musicales, electrizantes thrillers de suspense, acojonantes incursiones en nuestros miedos más primarios, apabullantes historias de terror, de amor o fantasía. Todos cabe en la gran pantalla. Entonces, ¿por qué narices nos hemos resignado tantos años, décadas más bien, a conformarnos con un único y globalizado estilo de cerveza, las Lager?
No todo el monte es Pilsner
Con las cervezas hemos asistido en el siglo pasado a un extraño ejemplo de metonimia consumista, donde un concepto, la cerveza, ha sustituido a todo el universo semántico que alberga esa palabra, de igual manera que cuando decimos que vamos a tomar «una copa» evitamos concretar qué clase de trago es, si un destilado, un combinado o un cóctel, por ejemplo. Así, ese acto tan nuestro de «tomar una caña», así, sin definir más allá de ese abstracto concepto, nos priva de todo un universo cervecero que ahora la explosión de mundo craft o de microcerveceras artesanas ponen a nuestra disposición.
Si Hitchcock fuese cerveza…
Si en los años 90, en los que uno empezó a viajar por el mundo buscando diferentes cervezas para encontrarse con una tediosa uniformización del gusto (uno podía traerse cervezas de China, Canadá, México, Colombia, Japón, Tailandia, Australia, Turquía o Finlandia y casi todas, poquito más amargas unas, poquito más balanceadas a la malta otras, sabían prácticamente a lo mismo, una brillante Lager fácil y simplona), los cerveceros nos aburríamos de los tres o cuatro estilos que llegaban a nuestras manos y secas gargantas, hoy existe toda una oferta casi inabarcable de referencias. Así, como en el cine, si hay una peli para cada espectador, existe una birra para cada cervecero. Hoy nos encontramos con cervezas Stout cuyo perfil, no sólo visual, nos recuerda al cine de Hitchcock, oscuro, complejo, adictivo. En las estanterías de tiendas y bares especializados hay cervezas negras, irónicas y secas como la media sonrisa de Bogart dando vida Philip Marlowe; hay birras de ciencia-ficción que rozan la elegancia milimétrica del ‘2001: Una odisea del espacio’ de Kubrick; hay momentos para el golpe en la mandíbula, como algunas Barley Wine que te atizan como Rocky Marciano en el ‘Toro Salvaje’ de Scorsese; hay clásicos alemanes o belgas que nunca pasarán de moda, ni aunque transcurran cinco siglos más, como ‘El Padrino’ de Coppola o los westerns de John Ford; hay cervezas ácidas que te dan ganas de salir bailando como Gene Kelly en ‘Cantando bajo la lluvia’; hay cervezotas fermentadas con levaduras salvajes más imprevisibles e indómitas que la peli más brutal de Tarantino; en definitiva, acción, historia, aventuras, un poco de terror (a veces, por desgracia), incluso comedia o auténticos experimentos propios de la escuela surrealista dignas del Buñuel.
Si ustedes se conforman con los telefilmes de la sobremesa de los domingos, o con la cañita de Pilsner de siempre, sin duda se están perdiendo todo un mundo de sensaciones. ¡Qué grande es el cine, y la cerveza!